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Una Gloria del Acordeón en Republica Dominicana y el Mundo

Se dice cuando Dios terminó de hacer el mundo y ya se iba a descansar, se dío cuenta de que se le olvidaba algo; entonces volvió al trabajo, hizo las manos de Tatico, las preparó especialmente para que manejaran el acordeón y tocaran el merengue.
Parejo con esa expresión del fanatismo, corre un viejo decir en los campos del Nordeste, donde hay gente que asegura que los Henríquez de los campos de Nagua "nacen con la música en la sangre"

Los partidarios de esa leyenda creen encontrar razón en lo siguiente: Bilo Henríquez era un destacado acordeonista. Juan Henríquez- Bolo -, era hermano de Bilo. Bolo dejó tres hijos músicos, uno de los cuales era Tatico, que de su parte, dejó también un hijo acordeonista, Fari Henríquez.

Altagracia Garcia -Chara- , fue mujer de Bolo, y de la relación entre ellos nació Domingo García Henríquez. ese era un nombre propio, pero ese nombre propio dice poco, porque la popularidad se la ganó el apodo. Domingo se convirtió en Tatico, y tatico se convirtió en leyenda.

Esa otra gloria delmerengue nació el 30 de julio de 1943, en Los Ranchos, una comarca que, como Mata Bonita, los Jengibres y otras comunidades de esa zona, son lugares empobrecidos. Ricos en recursos naturales, como las tierras y los bosques, y como las aguas de Boba y el Baquí; ricos también en gente trabajadora y ansosa de progreso. Pero como la mayor parte de los campos del país, condenados a vivir en la pobreza, por el viejo abandono a que, desde siempre han sido condenados.

A pesar de esa pobreza material, estos lugares son también ricos en valores folclóricos. Por lo tanto, además de ser descendiente de merengueros y artistas naturales, Tatico Henríquez era igualmente un productoo de su medio. El fue el mejor músico de una familia de músicos y el mejor botón del frondoso jardín del folclor de Nagua.

Nació entre acordeones y merengues, y es probable que uno de los primeros sonidos que captaran sus oídos fuera el de las notas que su padre, Bolo, sacaba a su instrumento. A muy temprana edad ya Tatico empezaba a imitar a su padre y a ser diel a la bien ganada fame de su tío Bilo.

Tatico nunca fue muy amigo de la escuela y de las letras, que digamos; ni se distinguió por su amor a la agricultura; tampoco su niñez y adolescencia pasaron en un nido de abundancia, sino entre las carencias y limitaciones de los hogares pobres. Los Jengibres, Mata Bonita, La Piragua, Los Ranchos, Boba y Las Gordas eran los puntos en los cuales Tatico se movía cuando era niño, porque en esos puntos también andaba Bolo, alegrando fiestas y haciendo amigos.

El muchacho creció envuelto en las cosas de la música y cuando ya era un joven que definía los cauces de su vida, pasaba gran parte de su tiempo en Las Gordas, donde vivía Bolo con Conrada, otra de sus mujeres. Al paso del tiempo, Tatico se familiarizaba cada vez más con el acordeón y ya grandecito, registraba algunos merengues.

Por lo general, la juventud de cada lugar formaba su equipo de jugar pelota, y especialmente en el verano, eran frecuentes los intercambios deportivos entre novenas de diferentes comarcas campesinas. Casí siempre, cada equipo contaba con algún acordeonista que al frente de un conjunto típico, alegraba los desafíos y, aunque a veces el equipo de Las Gordas se valía de Joaquín de la Cruz, su músico por excelencia era Tatico. El, junto a un tamborereo y a un güirero del lugar; se subía a la camioneta en que se transportaban los peloteros, y así entre gritos de alegría y merengues, transcurrían los viajes y los juegos, y la única recompensa que nuestro acordeonista de planta reclamaba, era que no le cobraran el pasaje y que le dieran gratis la comida; a cambio de eso se pasaba el día tocando.

Una vez, sería por el año 1964, fue Matoncito con sus músicos a Las Gordas, y cuando este artista hizo sonar su acordeón bajo un castaõ que daba somba al patio de una vieja vivienda, un grupo de curiosos rodeó a Matón y a los demás componentes de su trío. La música de Matoncito encantaba a quienes la oían en aquel momento; y fue al terminar uno de los merengues, cuando los presentes en la improvisada fiesta salieron de la concentración en que estaban sumidos, y advirtieron que Tatico también estaba allí con ellos.

Alguíen le pidió a Tatico que le cogiera el acordeón prestado a Matoncito y lo tocara. El viejo merenguero oyó esta sugerencia y con una solícita cortesía que sorprendió a los demás, invitó con gesto casí paternal al muchacho a que se sentara y tocara para él y los presentes. -Venga, venga amíguito, toque- le pidió Matón, con su voz gangosa.

Como quíen hace un esfuerzo para vencer la tímidez, tatico tomó el acordeón, se sentó en la silla de guano que había ocupado Matoncito, y mirando respetuosamenta al veterano acordeonista comentó: -Bueno, señores, yo voy a tocar el chin que se-.

Para empezar; Tatico se abrazó al acordeón y lo apretó contra su pecho, como si buscara en esa acción la habilidad y el valor que tal vez pensó que le faltaban. Eso, lo de tocar con el instrumento pegako contra el pecho, al parecer, no estaba dentro de las formalidades y las reglas de un estilista de la categoría de Matón, quíen enseguida interrumpió a Tatico, le retiró suavemente el acordeón y le dijo con autoridad de profesor: -No, no, amiguito, así no se toca, así no se toca-. Esto sucedió dos veces, porque el aprendiz repitió su error; y a la tercera, ya el jovencito iba tocando correctamente, como Matoón quería, y cantando los versos de uno de los más famosos merengues de por allá, por la costa arriba:
Salí por la playa abajo / a ver si olvidar podía / y mientras más caminaba / más presente te tenía / ... / la culebra en el camino / la pisan los caminantes / la mujer del hombre pobre / no se puede poner guantes / ... /.

En esa ocasión Tatico tocó con un arte y una destreza muy superiores a las que demostraba habitualmente. Todos quedaron gratamente sorprendidos, y no pocos de los que allí se hallaban se dieron cuenta desde entonces de que se estaba ante un múscio de extraordinarias proyecciones.

También Matón quedó admirado, y allí mismo le reconvino al joven acordeonista el hecho de que no pusiera más amor a su arte y de que no se le acercara a recibir las lecciones que el viejo maestro estaba dispuesto a darle para que despegara.
-Visíteme, que yo puedo enseñarle mucho-, le dijo Matoncito.

Pasó algún tiempo, Tatico como que se perdió de la vista de sus compueblanos. Y sería a comienzos de 1966, recién pasada la Guerra Patria, cuando en los campos de Nagua se oyó con curiosidad que, con el acompañamiento y a nombre del Trío Reynoso, sonaba por la radio la voz para nosotros familiar, de Tatico Henríquez. Era que el talento despertaba y una nueva estella del merengue tradicional empezaba a brillar.
El maestro Pedro Reynoso se había muerto, y Tatico venía a sustituirlo al frente del trío que ahora quedaba sin director. Las manos ágiles y expertas de Reynoso ya no podían seguir tocando, y le correspondió a las de Tatico reemplazarlas. Las mismas manos que, según el fanatismo, hizo Dios trabajando horas extras, para que se ocuparan del merengue.

Con Tatico, el merengue típico que estaba entonces tan necesitado de un empuje para recuperarse, adquirió nueva fuerza y alcanzó puntos más altos que nunca, en la época que entonces se iniciaba. El hizo con el merengue típico, algo parecido a lo que Johnny Ventura, Féliz del Rosario y otros grandes músicos de la ciudad, hicieron con el merengue urbano. Los versos de un merengue grabado por el maestro Bartolo Alvarado, expresan el reconocimiento que se le debe a Tatico por esa obra de rescate.


Estaba en el suelo el merengue / cuando Tatico surgió / con su forma de tocarlo / él fue que lo levantó / ... /, se dice entre otras cosas, en la referida grabación.
Con Tatico se produjo una gran evolución del merengue de enramada. Ese merengue tradicional requería para resurgir y reafirmarse, de un etilo más vivo, más dinámico y más intenso, tal como lo demandaban las nuevas realidades, y Tatico respondió a esas exigencias y lo modernizó, pero sin desnaturalizarlo, sacarlo de su marco rítmico ni de su organización musical.

El merengue se puso más a tono con sus nuevos simpatizantes, aunque es preciso decir que, por seguir la corriente de aceptación del público, en algunos momentos, sobre todo en sus actuaciones en vivo, Tatico aceleró el merengue más de lo necesario.
De todos modos, nació un estilo fuerte y consistente, salido de un acordeón que las manos de Tatico manejaban con tanto acierto y tanta capacidad de digitación, al punto de que cuando él actuaba todo el ambiente se llenaba de música. El merengue al estilo pambiche no había encontrado muchos intérpretes tan diestros y vigorosos, hasta el punto de que a partir de Tatico, surgió en algunos la equivocada creencia de que el pambiche había nacido en Nagua.

Por otra parte, hay números instrumentales como Las Siete Pasadas, En el Jardín del Edén, y otras ejecuciones de Tatico, ante las cuales, conocedores del arte musical quedan maravillados de que alguíen saque notas y acordes tan variados a un instrumento tan sólo de dos tonos como es el acordeón diatónico. Basta oír la forma en la que, en medio de una ejecución, aquel soberbio acordeonista se introduce en complicadas pasadas y momentos que parecen desviarlos del eje de la pieza, y cómo, sin perder el compás ni la armonía, todo retorna elegantemente a su debido curso y se sigue la música.

El merengue de letras tristes y amargas fue una herencia del pasado, especialmente del período trujillista, y sigue siendo un reflejo del medio social de pobreza y oopresión que vive la mayoría del pueblo dominicano. Tatico no pudo evitar en su canto esas letras de tristeza y amargura:
Cuando yo me muera / díganle a Dolores / que vaya a mi tumba / a ponerme flores / ...Se murió mi padre / se murió mi abuela / se me está muriendo la familia entera /.

Aún así, el suyo fue un merengue sumamente alegre y positivo.

Igualmente, a personas sencillas y llanas de su región de origen y de diversos lugares del país, los convirtió en personajes famosos en los ambientes merengueros. Compuso también en honor a sus grandes amigos de otras zonas; a German Pérez, de Laguna Salada; a Radhamés Guerra, de El Mamey; a Luis Francisco, de Fundación; a otros "viejetes" como Jorge Collado -Lalán-; Octavio Acosta, Toño Colón, Negro Cruz, Pedro Oggí, unos de Santiago, otros de ciudades y campos de la Línea Noroeste; a Félix Lora, de Nagua; y a muchos más que fueron compañeros de parranda de Tatico y siguen siendo devotos de él en la amistad.

En cuanto al ajuste de su conjunto, hay que atibuírselo a su capacidad de director y también a la calidad de los músicos de que supo acompañarse. Ramón Tavárez -Manón-, El Viejo Ca, Domingo Peña Florián -El Flaco-, Papito -El Flechú-, Pancholo Esquea, fueron algunos de sus tamboreros; Domingo Reynoso, Milcíades Hernández y Julio Henríquez fueron tres de sus güireros; Manolo Peréz -Nolo-, Manochí y otros hicieron de marimberos; todos, junto a saxofonistas como Víctor y El Mulo, tocaron con El Astro y formaron con él una agrupación líder en el nuevo auge que recobró el merengue.

Tatico también fue innovador; tenía una extraordinaria imaginación creativa como lo demuestran los versos, las pasadas y movimientos que introducía en sus interpretaciones, y lo prueba también cómo incorporaba nuevos y más modernos instrumentos a su conjunto, y los sabía organizar de forma tal que cada uno de ellos jugara su papel. El acordeón era el instrumento líder, y si el saxofón le acompañaba, a este le tocaba ir subordinado al acordeón, "haciéndo fondo", como dicen algunos músicos, y respondiéndole. En algunas grabaciones se escucha la voz de Tatico que le ordena a su saxofonista: -¡Entra ahora, Miro! o: -¡Eso es tuyo, Dany!-. Cuando no, con un grito de -¡güira, Julio!-, le ordenaba a su hermano Julio que arreciara el sonido de la güira: o con alguna exhortación parecida animaba a Manón, al Flaco o al Viejo Ca, a repicar con más entusiasmo la tambora.

En el merengue de Tatico Henríquez quien disfruta de la güira puede seguirla perfectamente; lo mismo sucede con el golpe ritmico de la tambora, que entonces no se perdía, como sucede ahora, en el sonido de la conga ni en las explosiones del drum.

Tatico Henríquez tenía una inteligencia natural fuera de lo común. No se cultivó en la escuela ni su don de músico se pulió en academia alguna, pero gracias a la habilidad de que estaba dotado, enriqueció el merengue y la cultura musical con sus aportes. No alcanzó altos niveles como compositor, pero demostró que también tenía condiciones en este aspecto, y de cualquier ocurrencia componía un merengue en poco tiempo. La Balacera, por ejemplo, nació de una casualidad.

Por lo demás, fue Tatico Henríquez el acordeonista con mayor liderazgo, por la extensa legión de admiradores y simpatizantes que siguió y sigue su música, y por la relación directa y personal que estableció este carismático artista con una larga lista de "viejetes" que lo siguen llevando en el cariño y el recuerdo, aunque hace ya más de veinticinco años que murió.

Ese liderazgo se demostró en vida y se puso dolorosamente en evidencia cuando después del fatal accidente, una sollozante caravana, tan extensa y triste como nunca la habían visto los pueblos del Cibao, salió de Santiago con el cadáver y lo llevó hasta Nagua donde sus restos fueron sepultados.

Nigún otro músico merenguero ha perdurado tanto y con tanto fervor en la memoria de de sus seguidores. En 1995, cuando se acercaba el veinte aniversario del fallecimiento de Tatico, se constituyó un Comité de Homenaje que se trazó por meta mantener vivos el nombre y la obra folclórica de Tatico, y levantarle un busto en una plaza pública de Nagua. El Ayuntamiento de ese municipio, entonces representado por el señor alcalde Ángel de Jesús López -ElVida Jorge Chaljub, de Las Gordas, que estaba inicialmente presidido por Manuel Ulerio Peña -Manolo-; el programa Merengue Dominicano, dirigido por el locutor Luis Miguel González, de Santo Domingo; personalidades de San Francisco de Marcorís, como Ramón Moreno; otras de Santiago, como el propio Lalán, Rafael Díaz - Buferín-, César Rafael Tatis, Monchi Cabrera, Máximo Tejada -don Chito-; lo mismo que viejos amigos y simpatizantes del desaparecido artista, residentes en la Línea, como German Pérez y Daniel Galán Holguín, tomaron parte en las actividades de ese Comité.

El escultor capitaleño Miguel Valenzuela hizo el busto; el Ayuntamiento de Nagua, ya encabezado por el señor síndico Ángel Espinal -Angito- designó con el nombre de Tatico Henríquez una plaza en las cercanías de las oficinas del cabildo; y el 16 de enero del 2001, se celebró un acto en el quedó, por fin, develizado el busto, y tras la parte solemne del evento, numerosos acordeonistas de Nagua y otras zonas del país, deleitaron a la multitud que asistó al homenaje y a ritmo de merengue, rindieron un alegre tributo de recordación a quien vivió alegrando a la gente también a ritmo de merengue.

Ese texto fue tomado del libro Antes de que te vayas, que publicó en 2002 la editorial La Editora Amigo del Hogar, en Santo Domingo y que redactó Rafael Chaljub Mejía

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